
M: Mario, o sea yo.
M: Buenas tardes.
E: Recordando que usted fue cadete del Leoncio Prado, ¿ha vuelto a vistarlo?
M: Sí, una vez fui, cuando estaba Fujimori en el poder, pero no me dejaron entrar. La segunda vez que fui y entonces ya pude entrar. Y mientras recorríamos el colegio apareció el director, un coronel, que nos hizo de guía. Después apareció un teniente: quería que les hiciera una arenga a los cadetes, y ahí me ves tú haciendo una arenga a aquellos cadetes, ¡que eran unos niños! Pues como yo debía de ser en el tiempo que se recuerda en "La ciudad y los perros"·
E: ¿Y qué les dijo a los cadetes?
M: Les hablé con espíritu leonciopradino. Les dije que, aunque no lo había pasado bien allí, el colegio me había enseñado a conocer el verdadero Perú; el de los indios, de los cholos, de los costeños, de los zambos, de los negros. El colegio era una especie de Perú chico, algo que seguía siendo; es de los pocos donde sigue representado el verdadero Perú, y no como esos de Miraflores.
E: ¿Cómo se sintió?
M: El internado fue irresistible. La disciplina militar, algo que yo odiaba, representaba un poco el autoritarismo. Eso me hizo desistir de ser marino, porque yo quería ser marino (risas). Y aunque lo pasé mal allí, lo cierto es que el Colegio Militar Leoncio Prado me enseñó muchas cosas. Me enseñó el país en el que había nacido, que no era el de la vida encerrada de la clase alta de Miraflores, sino un Perú que era común en las razas. Y además descubrí la violencia, cosa que luego va a ser tema obsesivo, recurrentes en lo que he escrito. Esos dos años me marcaron definitivamente.
E: ¿Por qué lo mandaron a ese colegio?
M: Mi padre pensó que era una cura contra la literatura. Y curiosamente, en el Colegio Militar leí más que en ninguna parte. Esa vida claustral te obligaba a hacer algo para no aburrirte, y como a mí me apasionaba la lectura… Después, de una manera completamente inesperada, empecé a practicar la literatura de una forma casi profesional, escribiendo cartas de amor por encargo de mis compañeros. También escribía novelitas porno que vendía a cambio de cigarrillos. Me convertí, pues, en un escritor profesional (risas).
E: Así que novelitas porno...
M: Ese tipo de literatura era aceptable dentro del entorno machista del colegio. Si sólo hubiera escrito poemas de amor hubiera sido tomado como una mariconería. Escribir historias pornográficas era viril, como escribir cartas de amor para otros. Y de ahí nació "La ciudad y los perros". Sí, todas las expectativas de mi padre se vieron frustradas porque el colegio me hizo un gran lector y me ayudó a convertirme en un escritor, y además me dio el tema para escribir mi primera novela.
E: Pues, bueno, muchas gracias de haberme dejado entrar en su mundo.
M: Muchas gracias a ti, hasta otra oportunidad.
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